Realizó posteos violentos en un grupo de WhastApp y el FBI emitió el alerta, para que finalmente la Policía Federal lo ponga tras las rejas. En el allanamiento le secuestraron municiones, su computadora y una consola Xbox.
La alerta vino del FBI, con una causa a cargo de la UFECI del fiscal Horacio Azzolin, la unidad de la Procuración que investiga delitos informáticos. La sospecha: la chance de que cometa una masacre.
El reporte había llegado desde el FBI a la Dirección Nacional de Inteligencia Criminal del Ministerio de Seguridad de la Nación. J. escribió en un grupo de chat privado que fue interceptado:
“estoy (SIC)… a punto de estallar… y hacer la de Brenton Tarrant… y después ser matado por la policía». “Ahí (sic) es cuando fui radicalizado (risa) elegir la violencia… y eso ayuda mucho. “Lo que hizo Breton en Nueva Zelanda salvo mi vida… y estoy orgulloso de Eso … me hizo darme cuenta de que no todo está perdido”, fueron los mensajes que desencadenaron el inmediato procedimiento.
La reivindicación era obvia: Brenton Tarrant es un terrorista australiano condenado a prisión perpetua que atacó dos mezquitas en Christchurch en Nueva Zelanda el 15 de marzo de 2019, con 51 muertos y 50 heridos.
Así, fueron por él. Encontraron varias municiones y casquillos, sin armas, así como su celular y su computadora. También se llevaron su consola Xbox. Su habitación estaba cubierta con graffitis, con nombres de bandas del estilo nu metal como Slipknot o Korn. “STALK”, decía sobre el placard. “Acosar”, literalmente.
Quedó detenido, en una redada a cargo de la Unidad de Investigación Antiterrorista de la PFA, que depende de la Superintendencia de Investigaciones Federales.
Su propio perfil de Facebook fue la pista para encontrarlo. Curiosamente, J. posteaba desde Santiago del Estero, pero conectándose con jóvenes angloparlantes y hablando netamente en inglés. Su nombre de usuario era una alusión al consumo de psicofármacos, con alusión al Xanax, una marca estadounidense de alprazolam. Sus mensajes eran netamente negativos: “Buen día. Quiero pintar el techo con mi cerebro”, saludó una mañana.
Luego, sus referencias estaban marcadas por símbolos de la alt-right americana. “Encuentren a Dios. Solo el cristianismo es la verdadera religión”, decía, tal vez irónico: “Dios quiere que tengamos hijos Y armas”, completaba después. Otros posteos estaban marcados por una neta misoginia: “Una mujer que pesa 45 kilos me dijo que soy feo. ¿Su opinión es tan inútil como las Naciones Unidas?”, dijo a mediados de 2021.
Faltaba solo su nombre, que J. no dejaba entrever en su muro, a pesar de que posaba junto a su padre. Luego, un primo con su apellido paterno lo etiquetó, la pista que faltaba.
J. no es el único. La historia criminal reciente marca otros casos de jóvenes aislados, en apariencia solitarios, radicalizados con discursos de odio, que coquetean con la violencia extrema en redes sociales. En su cuenta de Facebook, P.N.C., de 23 años, se hacía llamar “Asesino Deprimido”. Desde allí, mantenía conversaciones con otros usuarios en las que se mostraba “dispuesto a sacrificarse por una causa, purificar al mundo y hacer justicia en contra de la sociedad”, aseguran fuentes del caso. Reivindicaba un episodio terrible en la historia: la masacre de Columbine, cometida en 1999 en Colorado, con 12 víctimas acribilladas.
El miércoles 13 de julio a la mañana, P.N.C fue detenido por los agentes federales del Departamento Unidad de Investigación Antiterrorista de la Policía Federal en su domicilio de la localidad bonaerense de Belén de Escobar. Se lo acusa del delito de intimidación pública, tal como a J.: el dato que llevó a su arresto también provino del FBI.
En Tucumán, en abril de 2021, por el cual detuvieron a dos jóvenes que en sus redes reivindicaban ideologías de extrema derecha y que planificaban atentados contra la comunidad judía.
“Tenían pensado realizar un atentado durante el Shabat”, explicaron desde el Ministerio Público Fiscal.
La investigación del caso comenzó a raíz de una denuncia formulada por la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) ante la justicia de la Ciudad de Buenos Aires, que luego fue remitida a Tucumán. Les secuestraron decenas de armas de fuego cortas y largas, cuchillos de diferentes clases y literatura nazi.