La llamada radiación germicida no llega a la superficie del planeta pero las longitudes de onda de UVB sí generan una pequeña inactivación viral. Faltan evidencias para poder establecer una relación real entre los contagios y la época del año. Los especialistas aseguran que es clave para reducir el riesgo de transmisión del coronavirus una adecuada ventilación.
Después de atravesar casi un segundo año de pandemia, llegamos nuevamente al verano. Las vacaciones y el descanso están en el aire y asoman las ganas de disfrutar del buen tiempo: pileta, parque, mar, montaña, plazas, son todos bienvenidos. Además de recrearnos, sentimos que con el sol y el calor estamos a salvo del SARS-CoV-2, el virus que causa la COVID-19. Pero, lamentablemente, el coronavirus nos sigue acompañando y no podemos descuidarnos ni a sol ni a sombra, literalmente.
Así surge la pregunta, ¿tiene algún efecto el sol del verano sobre el coronavirus? ¿Hay menos contagios durante el verano? Los científicos desestiman que la radiación solar sirva para inactivar el virus en tiempo suficiente para evitar el contagio persona a persona. Repasamos qué evidencia surgió en este último año al respecto.
Radiación solar
El uso de la radiación para desinfectar superficies no es nuevo. De hecho, su descubrimiento le valió el premio Nobel al médico danés Niels Finsen en 1903. La radiación “germicida”, así llamada porque justamente destruye bacterias y otros gérmenes nocivos, proviene de lámparas artificiales que utilizan una longitud de onda acotada: los rayos UVC, un tipo de radiación ultravioleta de alta energía, en el rango de los 100 a 280 nanómetros (nm).
En la literatura científica se pueden encontrar varios estudios que usan esta herramienta con éxito para reducir la carga de SARS-CoV-2 en equipamiento médico, superficies de trabajo y establecimientos de salud.
Esto puede llevar a pensar que el fuerte sol del verano podría cumplir la misma función. Pero no es así. “La radiación germicida no llega a la superficie de la tierra, porque la filtran los gases de la atmósfera. Si esto no fuera así, tendríamos todos cáncer de piel, cataratas u otras enfermedades, ya que es muy nociva”, indicó a Chequeado Beatriz Toselli, doctora en Química especialista en procesos químicos y radiativos en la atmósfera en la Universidad Nacional de Córdoba.
Sin embargo, existe una potencial inactivación viral de menor magnitud atribuible a las longitudes de onda de UVB del sol (rango de 290 a 315 nm) que sí llegan a la superficie. “De la radiación UVB llega una fracción chiquita a la tierra, pero que tiene un impacto directo en todo lo que la absorba: por ejemplo, en la estructura del virus”, explicó a este medio el especialista en Fotobiología y fotoquímica Franco Cabrerizo, investigador del Conicet en el Instituto Tecnológico de Chascomús, que depende también de la Universidad Nacional de San Martín.
¿Una enfermedad estacional?
En un trabajo publicado en Nature Scientific Reports, un grupo de investigadores italianos estudió la relación entre la radiación solar en todo el planeta durante la pandemia y la mortalidad por COVID-19. Según sus datos, la radiación que llega a las regiones templadas de la Tierra al mediodía durante los veranos es suficiente para inactivar el 63% del virus en aerosoles en espacios abiertos en aproximadamente 2 minutos.
Por su parte, investigadores americanos encontraron una tendencia parecida pero con tiempos un poco más largos: una inactivación del virus en un 90% después de ser expuesto entre 11 y 34 minutos (dependiendo de la latitud) al sol del mediodía. Por el contrario, el virus permanecería con capacidad infectiva durante más tiempo en invierno.
Esto podría hacernos pensar en una estacionalidad de la enfermedad. Pero todavía faltan evidencias para poder establecer una relación real entre los contagios y la época del año. “La humedad y temperatura tienen algún rol en la potencial estacionalidad del virus, pero es algo muy complejo de estudiar. Por el momento abundan contraejemplos de olas de contagio en verano en numerosas regiones. Y esta teoría es mucho más difícil de comprobar en regiones sin estacionalidad climática”, comentó al respecto el virólogo Humberto Debat, investigador del INTA en Córdoba.
La importancia de la ventilación
En conclusión, el sol no disminuye el riesgo de contagio persona a persona en condiciones de proximidad. “El decaimiento de la efectividad del virus en los aerosoles es un proceso lento comparado con su veloz dispersión. El sol puede tener un rol en el contagio a distancia (cuando los aerosoles llevan un tiempo en el aire) pero no en cercanía, dónde la mayor concentración está en el aire recién exhalado por la persona”, explicó a Chequeado Andrea Pineda Rojas, doctora en Ciencias de la Atmósfera e investigadora del Conicet en el Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera (CIMA/UBA-Conicet)
Es claro que hay una diferencia importante entre que el virus sea inactivado por radiación en superficies bajo determinadas condiciones y asumir que el sol impide la transmisión del coronavirus.
Dado que la principal vía de contagio es persona a persona, las recomendaciones para protegerse siguen siendo principalmente: distanciamiento, uso correcto de tapabocas, lavado frecuente de manos y ventilación de los ambientes.
“La ventilación es muy importante. El aerosol resultante de una charla continua de 1 hora en un ambiente poco ventilado da un riesgo de infección de entre 10 y 20%, ese riesgo se reduce al menos 3 veces si se recambia el aire ventilado”, concluyó Juan Gabriel Yañuk, doctor en biología molecular e investigador de la Universidad Nacional de San Martín.
@Chequeado